Annie Bousquet: La mujer y la velocidad

Alberto Ascari mar. 07, 2019

La historia de Annie Bousquet con la velocidad empezó una tarde en Sestriere, Turín. Era 1952.

Esta joven, de origen austriaco, había tenido dificultades con su equipo de ski para disfrutar de las blancas colinas italianas, por lo que decidió regresar a su hotel. Ya en el lobby, Annie se encontró con un hombre que hablaba apasionadamente de un tema que ella desconocía pero que de inmediato la cautivó: La vida a más de 200 km/h.

Sin saberlo, Bousquet había estado escuchando a un gurú, a un mentor, era el legendario piloto italiano bicampeón de Fórmula 1 Alberto Ascari.

Las palabras de aquel personaje tuvieron tanto impacto en la cabeza de Annie, que casi de inmediato, cambió sus tardes de equitación y tenis por el puesto de piloto tras el volante de un Renault 4CV.

A bordo del vehículo francés, la joven piloto no perdió tiempo, de inmediato se inscribió para competir en el Rallye Coupe des Alpes, de Francia, que desafortunadamente abandonó por un problema mecánico en la caja de cambios.

Pese al mal trago respecto al abandono de la carrera y a los múltiples comentarios despectivos de la competencia, en su mayoría hombres, Annie no bajó la guardia, se inscribió en la Mille Miglia de 1953, y gracias a su estilo de conducción temerario, cruzó la meta mientras las opiniones de la prensa la colocaban como una estrella en ascenso. Era solo el comienzo.

Llegado el año de 1955, una nueva oportunidad para grabar su nombre en la historia del automovilismo apareció: La carrera para buscar el récord de velocidad para mujeres en el autódromo de Linas Montlhéry, Francia.
No era cualquier carrera, tampoco era una fácil, Annie lo sabía pero claramente no le impresionaban los riesgos, su único objetivo era quitarle el trono a la británica Gwenda Hawkes quien en 1934 obtuvo el récord de velocidad para una mujer viajando a más de 215 km/h.

Para lograrlo Annie Bousquet decidió adquirir el mejor automóvil disponible, un Porsche 550 Spyder construido a medida por el carrocero Wendler de Reutlinger que contaba con una cabina cubierta, neumáticos especiales de competencia, combustible de carreras y un magnífico color azul racing.

A bordo de este vehículo, y tan solo tres años después de su primera competición, su carrera automovilística alcanzó el punto más alto: El anhelado récord de velocidad para mujeres a más de 230 km/h, pero no todo fue felicidad. En una prueba alterna, su vehículo perdió un neumático, se estrelló contra un muro y Annie Bousquet se fracturó la pierna.

El telegrama que recibió su familia respecto al accidente define por completo la valentía de esta mujer: “Una pierna rota, pero no el cuello. Animada. Saludos, Annie”.

Algunos mensajes son más claros que otros, tal vez ese era uno para marcarle a Annie un alto, pero ella ya estaba a tope de velocidad.

Sedienta, la mujer rayo, inició todos los preparativos para inscribirse en las 12 Horas de Reims de 1956, ella misma organizó todos los preparativos, su esposo, que ayudaba en este sentido, había fallecido en una accidente automovilístico meses atrás, otro mensaje.

Su Porsche, que se arreglaba en los talleres de la marca después de su último accidente, no estuvo listo hasta un día antes de la carrera, nada importaba para Bousquet, solo la velocidad, ella misma fue a recoger el automóvil y lo llevó directamente al circuito de carreras.

En la vuelta 17 de la carrera, la rueda izquierda del Porsche azul racing explotó, salió volando de la pista, el vehículo volcó, Bousquet murió en la pista, el lugar donde fue feliz, el lugar donde conoció una de sus verdaderas pasiones, la velocidad.

La historia de Annie Bousquet es uno más de los millones de ejemplos que nos recuerdan el talento y pasión que las mujeres imprimen en sus vidas.

¡Felicidades!

Editorial

Seminuevos.com

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